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Incontinencia

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WASHINGTON— La crisis del Golfo de México escala: cuatro visitas presidenciales a la región en poco menos de dos meses; alrededor de 3,5 millones de barriles de crudo vertidos; daños equivalentes a miles de millones de dólares; y, anoche, como muestra máxima de la gravedad que ha cobrado el incidente, un discurso presidencial en horario de máxima audiencia desde el Despacho Oval cuyo formato se reserva sólo para momentos de crisis —sólo por debajo del simbolismo que tienen los discursos ante una sesión conjunta del Congreso—.

La explosión de la Deepwater Horizon se ha transformado ya en la preocupación principal del Gobierno; atenaza sus actividades y monopoliza la atención de la opinión pública; difícil saber todavía si se convertirá en una crisis que lo debilite o si de ella surgirá el tipo de liderazgo presidencial que consolida y eleva a algunos gobernantes a la posteridad. Lo cierto por ahora es que el vertido continúa y el Golfo de México se cubre de una marea negra que amenaza con seguirse extendiendo.

El discurso de anoche tuvo lugar después de varias semanas en las que el Gobierno ha incrementado la presión sobre BP, la petrolera británica responsable del vertido, para que contenga la fuga y acelere un proceso de limpieza de las aguas y costas que se espera se alargue durante años.

Pero, más importante todavía, fue utilizado por Obama para reafirmar el liderazgo de su Gobierno durante la crisis y aprovechar la oportunidad para intentar conseguir el apoyo político para aprobar un paquete de medidas legislativas relacionadas con las energías renovables y el medio ambiente que ya había prometido en campaña.

Hasta hace pocos días a Obama se le acusaba de mantenerse al margen de la gestión del problema y de permitir que los ingenieros de la petrolera tomaran las decisiones más importantes sobre cómo responder a la catástrofe. Entre algunas de las informaciones que se han ido revelando lentamente y que han jugado en contra de la percepción de la eficacia de la respuesta del Gobierno, fueron las estimaciones iniciales sobre la dimensión de la tragedia.

Pocos días después de la explosión de la plataforma y sin mayor supervisión gubernamental, BP estimó que alrededor de 5.000 barriles diarios se estaban derramando al Golfo; una cantidad no demasiado alarmante que condicionó la respuesta, tanto del Gobierno federal como de los estatales. Con el paso de las semanas y debido a la presión de la Administración, ese estimado ha incrementado la cifra hasta ubicarla ayer de manera preliminar en hasta 60.000 barriles diarios. Toda una tragedia —el equivalente a un Exxon Valdez cada cuatro días—.

En una extensa investigación publicada ayer en el New York Times, los esfuerzos de las diferentes autoridades responsables de responder al vertido se describen como “caóticos”. Planes de respuesta “insuficientes” y “fragmentados” debido a la falta de claridad en las responsabilidades han permitido que el daño se extienda más de lo necesario, concluye el periódico neoyorquino.

En otra historia publicada el lunes y al hilo de las estimaciones erróneas que se hicieron al comienzo, el crítico de medios del mismo periódico ponía el énfasis sobre otro tema que se ha comentado poco pero que revela otro grave asunto: la falta de acceso a información precisa y fiable en un país como Estados Unidos.

La petrolera británica ha hecho esfuerzos reiterados por controlar la circulación de información sobre la dimensión del daño y sus efectos. Del intento de censurar fotografías de animales cubiertos de petróleo a no permitir el acceso a reporteros a ciertas zonas donde los efectos son especialmente visibles al intento de clausurar una cuenta de Twitter (@BPGlobalPR) que se hace pasar como parte del departamento de relaciones públicas de la petrolera y, con un humor ácido y sofisticado, se mofa de sus acciones. La crisis ha puesto en evidencia que aun en un país como Estados Unidos, las correas de transmisión de la información no siempre están tan bien engrasadas como deberían.

Con su primer discurso desde el Despacho Oval anoche, Obama intenta convertir la crisis en una oportunidad, movilizar con rapidez la maquinaria del Gobierno federal y aprobar un paquete de medidas legislativas que hasta hace unas semanas se daba por muerto. Por ahora, todas las opciones están abiertas; y la Deepwater Horizon sigue escupiendo petróleo.


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